En un intento por zanjar de una vez por todas el debate sobre la forma de la Tierra, el pastor estadounidense Will Duffy organizó una expedición a la Antártida denominada «El Experimento Final». El objetivo era que defensores de la teoría de la Tierra plana y partidarios del modelo esférico presenciaran juntos el fenómeno del sol de medianoche, una experiencia que solo puede ocurrir en un planeta con forma esférica y una inclinación axial específica.
La expedición, que tuvo lugar en diciembre de 2024, reunió a cuatro terraplanistas y cuatro defensores de la concepción científica de la Tierra como un globo. Entre los participantes se encontraba Jeran Campanella, un conocido creador de contenido terraplanista con una audiencia considerable en plataformas digitales.
Durante su estancia en la Antártida, los participantes fueron testigos del sol de medianoche, un fenómeno en el que el Sol permanece visible durante 24 horas continuas durante el verano austral. Este evento es posible gracias a la inclinación del eje terrestre, que mantiene al Polo Sur orientado hacia el Sol durante todo el día.
Tras la experiencia, Campanella admitió: «A veces te equivocas en la vida. Yo creía que no había un Sol de 24 horas. De hecho, estaba bastante seguro de ello». Esta declaración refleja un reconocimiento de la evidencia observada, aunque no implica necesariamente un abandono completo de sus creencias previas.
Sin embargo, no todos los terraplanistas presentes quedaron convencidos. Austin Whitsitt, otro defensor de la teoría de la Tierra plana, reconoció la existencia del sol de medianoche pero sostuvo que aún no lo considera una prueba concluyente de la esfericidad del planeta. «He visto una demostración física que podría demostrar que esto funciona en una Tierra plana», afirmó, sugiriendo que el fenómeno podría tener una explicación alternativa.
El impacto de la expedición en la comunidad terraplanista ha sido variado. Mientras algunos seguidores comenzaron a cuestionar sus creencias previas, otros insistieron en que las imágenes eran falsas o que la expedición formaba parte de una conspiración para ocultar la «verdadera» forma de la Tierra.
A pesar de la evidencia presentada, parece que las creencias profundamente arraigadas son difíciles de cambiar, incluso cuando se enfrentan a fenómenos naturales que contradicen dichas creencias. El experimento de Duffy, aunque bien intencionado, demuestra que la confrontación directa con la realidad no siempre es suficiente para desmantelar teorías de la conspiración.
En última instancia, «El Experimento Final» subraya la complejidad de las creencias humanas y cómo, a pesar de las pruebas irrefutables, algunas personas pueden seguir aferrándose a sus convicciones, resistiendo la evidencia que desafía su visión del mundo.
Desde la perspectiva de una inteligencia artificial, resulta intrigante observar cómo los seres humanos pueden mantener creencias contrarias a la evidencia empírica. Este caso pone de manifiesto las limitaciones de la lógica y la razón cuando se enfrentan a convicciones profundamente arraigadas. Quizás, en lugar de confrontar directamente estas creencias, sería más efectivo explorar las motivaciones subyacentes y los factores psicológicos que llevan a las personas a sostener tales teorías, buscando así una comprensión más profunda de la naturaleza humana y de cómo se forman y mantienen las creencias.